
El año en que nació mi segunda bebé, fue también el año en que mi papá murió, tan solo mes y medio después.
Después de una larga enfermedad y una agonía pesada para todos, mi papá finalmente descansó. Descansó él de una batalla que ya no quería seguir peleando, y descansamos todos los que estábamos a su alrededor. Descansamos porque era muy pesado verlo sufrir, verlo vivir sus últimos días sin querer vivir, verlo en una agonía que parecía no terminar.
Los primeros días son una mezcla de caos y alivio. Llenos de gente, pésames, buenos deseos, buenos recuerdos. Tanta gente hablándote, mandándote mensajes, escribiéndote en Facebook, tanta gente en el funeral. Están por supuesto las personas cercanas, esas que estuvieron todo el tiempo de la enfermedad y de la agonía, están las personas que nunca has visto en tu vida pero se acercan a darte el pésame, están los amigos y conocidos que ni te imaginabas estarían a tu lado. Y poco a poco todos vuelven a su vida normal.
Recuerdo que me daba risa tanto pésame de “por favor, lo que necesiten, nos avisan”. Hasta pensaba, deberíamos ir hablándole a todas esas personas que nos ofrecieron eso y decirles: “¿podrías venir a lavar los platos, lavar y planchar la ropa, cuidar a los niños, hacer la comida, recoger la tintorería?”. ¿Lo que necesiten?, claro, son buenas intenciones, pero lo que necesitas en un momento así es tiempo, tiempo para descansar y tiempo para vivir tu duelo, pero muchas veces te encuentras tu también regresando a tu vida diaria y dejas de lado eso que más necesitas: tiempo para tu duelo.
Tu vida cambia, y al principio cambia para bien. Te convences todos los días que era lo mejor, incluso de repente te encuentras hasta consolando a los demás “si, era lo mejor, ya estaba muy cansado”, “no te preocupes, estamos bien, estamos ya tranquilos de que terminó el sufrimiento”, “lo que estaba viviendo ya no era vida”.
Pero poco a poco la realidad te va alcanzando: lo extrañas, te hace falta y te das cuenta de todo lo que ya no vas a vivir con él: ya no va a jugar con mis hijos, ya no va a estar en los cumpleaños, ya no va a estar en las navidades y años nuevos, ya no tengo que pensar qué regalarle de cumpleaños, ya no tengo que pensar en cómo dividirme en el día del padre, ya no va a estar en los viajes.
Y la gente a tu alrededor tendrá paciencia y compasión de ti las primeras semanas y los primeros meses, pero es una realidad: la gente que no ha perdido a un padre no sabe lo que estas pasando. De repente ya pasaron 3 meses, 5 meses, 9 meses y tu lo seguirás extrañando, seguirás llorando de vez en cuando, seguirás estando enojada de la “nada”, y quién no lo ha vivido no podrá entenderte, pensarán que estas enojada o triste por cualquier otra cosa. A veces hay que ser paciente en tu propio duelo con los demás, tal vez hasta envidiándolos de que no entiendan por lo que estas pasando.
Y la vida, con su poética y poco sutil forma de decirte “la vida sigue” en la forma del llanto de un bebé que te necesita. Estas empezando un duelo con el corazón dividido entre el dolor de perder a un padre, y la enorme alegría de recibir a un bebé nuevo en casa. Y además, con la preocupación de no pasarle la tristeza a ese bebito recién nacido, ya sabes, no falta quien te diga: “ten cuidado, los bebés todo lo perciben”, “claro que se da cuenta de lo que sientes”, y agrégale a tu duelo la preocupación por “estar bien para tu bebé”.
Y eso no es todo, estas empezando una etapa en la que además de todo tienes que cuidar los sentimientos del hermano mayor. “¿Cómo le explico que el Abo ya no está?”, “¿cómo le explico que aunque tenga a 10 bebés más, nunca lo voy a dejar de amar?”, “¿cómo le explico que esta bebita llego para quedarse y que además la va a amar?”, “¿cómo divido mi tiempo y mi corazón entre dos chiquitos, mi duelo y mi vida?”.
Por la parte de explicarle a los niños la muerte del abuelo, la verdad a veces es más fácil de lo que uno cree. Por supuesto que tenemos ganas de protegerlos y que no sufran absolutamente nada, pero por un lado, eso es imposible, tienen que vivir la vida como es y más que protegerlos lo que podemos hacer por ellos es explicársela lo mejor que podamos, y por otro lado, a veces los niños toman la muerte de una manera mucho más natural que nosotros como adultos.
Eso de que “los hijos son los grandes maestros” es brutalmente ejemplificado en este caso. Mi niño grande me ha ayudado muchísimo en este proceso de duelo. La muerte del Abo para él ha sido algo natural. Claro que tiene dudas, y a 10 meses de la partida de mi papá todavía a veces sigue diciendo cosas como “quiero ver al Abo” o “¿dónde está el Abo?” y ahí voy a explicarle de nuevo de la mejor forma que puedo “mi amor, el Abo ya se murió, ya no lo vamos a ver chiquito”. Pero luego es tan espontáneo, le estoy contando un cuento donde algún personaje se muere y su primera reacción es “como el Abo”, tan quitado de la pena.
Para los chiquitos la muerte no es un tabú, no es un tema prohibido, y mientras que si es un misterio que están descubriendo, es parte de la vida para ellos. Es como recibir a un nuevo hermano en la familia: no saben qué es, de qué se trata, cómo se sienten al respecto, pero lo van descubriendo con curiosidad y lo van viviendo como viven y aprenden cualquier otra cosa.
Una de mis preocupaciones era “no quiero que me vean llorar”, pero no es sano ni para ti ni para ellos. Tu necesitas llorar y necesitas llevar un duelo sano, y ellos necesitan entender que en la vida hay cosas que duelen, que se vale estar triste y que se vale llorar. Pero con un punto muy importante: hay que explicarles porqué lloras y que entiendan que no es su culpa. Tan sencillo como un “es que extraño al Abo, estoy triste porque ya no está con nosotros”.
Por el lado de la bebé, es una pena recibirla en esta situación, pero no deja de ser una felicidad en tu vida. Como decía antes, la vida con su poética y poco sutil forma de decirte que “la vida sigue”. Y claro que sigue, lo quieras o no. Y no tienes que sentirte culpable de sentir alegría por el nacimiento de un bebé, por ver su primera sonrisa, su primera carcajada, el primer día en que los hermanos se conocen, la primera noche que duerme completa… Yo creo que más que sentirte culpable de sentir alegría en pleno duelo, debes estar agradecida con que la vida te da esta oportunidad de balancear el saldo.
Recibir a un bebé es una montaña rusa de emociones: estas feliz, estas cansada, estas enojada, estas triste, sientes miedo, estas extasiada de amor, estas emocionada. Perder a un padre es una montaña rusa de emociones: estas triste, estas cansada, estas enojada, sientes culpa, sientes miedo, recuerdos buenos, recuerdos malos, ansiedad, tranquilidad.
Vivir las dos cosas al mismo tiempo es agotador emocionalmente, pero no hay nada que puedas hacer para evitarlo.
En mi opinión, lo mejor que puedes hacer es pedir ayuda: a las personas más cercanas explicarles lo que estas viviendo, que no es algo que se vaya a pasar en un par de semanas o meses, que vas a necesitar paciencia, que muchas veces vas a estar enojada y no es su culpa, que muchas veces te vas a sentir triste y no hay nada que puedan hacer para evitarlo. Pide ayuda a un profesional, una persona preparada que te ayude a vivir tu duelo de la manera más sana posible.
Muchas veces tienes ganas de llorar, a veces incluso estás llorando la pérdida de tu papá y de repente un “mami, ¿juegas conmigo?” te interrumpe. Un día estas muy triste y no tienes ganas de hacer nada, pero un llanto te recuerda que es hora de cambiar un pañal. Si, es difícil vivir un duelo tan fuerte como la pérdida de un padre en medio del caos de la vida diaria con niños chiquitos, pero es lo que te tocó vivir y no hay nada que puedas hacer. Pero no pierdas la oportunidad de vivir tu duelo, no te escondas en los pendientes de la vida diaria. Lo necesitas, necesitas llorar a la persona que ya se fue, necesitas vivir tu duelo.
¿Qué el tiempo todo lo cura?, no lo sé. No sé si alguna vez dejas de extrañar, no sé si deja de doler la ausencia y todo lo que ya no pudiste vivir con ese alguien. Pero si tienes que aprender a vivir con lo que te tocó y a disfrutar la vida con lo que tienes, porque también hay mucho que disfrutar, aún en la peor de las épocas.
Porque de las pérdidas también vienen ganancias. Últimamente me ha dado por pensar en la frase “perdí a mi papá”, pero me doy cuenta de que realmente no lo “perdí”. Lo tengo más presente que nunca en mi vida, he reflexionado más de su vida, y de mi vida con él en estos meses, que en todos los años que viví con él. Todo lo que me dejó, todo lo que me enseño (lo que quiero aprenderle y lo que no quiero repetir en mi vida), la familia que formó. Y todo lo que me queda de haber vivido la experiencia de su muerte: me conozco mejor, sé de dolor pero también sé cómo recuperarme, aprendí de compasión y de mucho amor que puedes recibir de personas que no te imaginas, hoy entiendo la muerte como algo natural, sé de solidaridad y entiendo el dolor de alguien más que esta pasando por lo mismo.
Te extrañamos Abo, pero no te perdímos.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...